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Se dice que hace mucho tiempo, en las afueras de una pequeña aldea, vivían un hombre anciano y su esposa. Un día, cuando ya se acercaba el año nuevo, la mujer miró el saco de arroz que guardaban y se dio cuenta de que ya casi no quedaba comida. La nieve era tanta que cubría todos los cultivos de la hierba que usaban para fabricar sombreros, así que tuvieron que echar mano del poco material que les quedaba y hacer los que pudieran. Quizás no lograrían elaborar muchos, pero necesitaban cuantos fuera para poder venderlos en el pueblo y así conseguir dinero para el arroz.

Al terminar la labor, el anciano se despidió de su esposa y partió hacia la aldea. Por el camino se encontró con una hilera de estatuas de Jizo, el buda protector de los niños, que tenían las cabezas cubiertas por la gruesa nieve. Sintiendo lástima por ellas, el hombre dedicó unos minutos a limpiarlas para estuvieran en condiciones.

Al llegar a la aldea, comprobó que las calles estaban abarrotadas por las festividades del Año Nuevo, pues todos estaban haciendo los últimos preparativos. El viejo señor pensó que tendría suerte con las ventas, y eligió una calle para ofrecer su mercancía. Gritó y gritó, pero finalmente, no hubo nadie que le comprara ni un solo sombrero.

Poco a poco, las calles se fueron vaciando y cayó la noche. Derrotado, el sombrero decidió volver a casa, triste por tener que darle la mala noticia a su mujer. De nuevo, reparó en la presencia de las estatuas y se lamentó por no tener nada que ofrecerles en un día tan festivo. Al acercarse, vio que volvían a estar cubiertas de nieve, así que limpió de nuevo las cabezas y se disculpó por no poder realizarles una ofrenda.

En ese momento, pensó que en su lugar les dejaría los sombreros para que no se ensuciaran más. El anciano fue colocando los sombreros uno a uno muy contento por la idea, pero pronto se dio cuenta de que sólo tenía cinco y las estatuas eran seis. Meditó un poco y decidió que dejaría su pañuelo a la sexta estatua, para que no fuera la única que se cubriera por la nieve.

Al llegar a casa, su esposa se emocionó mucho al ver que no llevaba nada, pero el afligido marido tuvo que disculparse por su falta de éxito. Le explicó toda la historia y cómo le había dejado los sombreros a los budas, a lo que ella respondió con una sonrisa pensando que había sido un gesto muy considerado. La señora se levantó para hacer la cena con unos pocos encurtidos y dar así la bienvenida al nuevo año, cuando de pronto alguien llamó a la puerta anunciando una entrega.

Sorprendidos, abrieron la puerta y no encontraron al mensajero, sino una gran cantidad de hortalizas, dulces y varios sacos de arroz. Una nota acompañaba a los manjares: “Estimado señor, muchas gracias por los sombreros. Le dejamos estos regalos por su amabilidad. ¡Tengan ustedes un buen año nuevo!”. La anciana pareja rio feliz por la comida recibida, y aún rieron más al ver que a lo lejos se divisaban las sombras de cinco figuras con sombrero y otra con un pañuelo en la cabeza, que se dirigían al camino donde probablemente residían.

 

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