Quiza la respuesta a por qué coleccionamos estária en la sensación placentera que sentimos con la dopamina que nuestro cerebro libera cada vez que conseguimos esa pieza que nos falta o nos acercamos al final de una colección.
A menudo los investigadores se han enfrentado a la gran pregunta adoptando una perspectiva freudiana al describir por qué lo hacemos. Entre los razonamientos destaca ese lado oscuro controlador e impulsivo de la colección, la necesidad de que las personas tengan “un objeto de deseo” o incluso de “algo único”.
Cuando eramos pequeños teniamo ya sea a nuestro alcance o no muchas cosas que podian convertirse en un objeto de coleccion. Quién no se recuerda el intercambio y venta de tarjetas en la esucel o en el colegio, o cuando empezavamos a guardar pequeñas cosas que nos parecian interesantes y que terminaban con el tiempo en colecciones.
El ser humano siempre tenia marcado en su cerebro la condición de ser un buscador y esto lo hemos heredado de nuestros ancestros para ellos y sobre todo los pueblos nómadas de la antigüedad estaban en un continuo proceso de búsqueda: dónde cobijarse, qué comer, con quién tener descendencia… Día a día tenían nuevos retos de supervivencia que debían ir superando. Hoy vivimos en la conocida como sociedad del bienestar, donde casi todo ya nos viene dado o es muy fácil conseguirlo,
Todo eso quedó grabado en nuestra herencia genética. La mayoría de las personas no tenemos necesidad de jugarnos la vida para poder comer, tener una propiedad donde vivir o encontrar una pareja, y por tal motivo nuestro cerebro necesita experimentar la sensación de buscar y encontrar, lo que se refleja en mas dopamina, el neurotransmisor responsable de nuestros estados de alegría, bienestar y placer.
De ahí que sea tan satisfactorio cuando un coleccionista encuentra ese objeto único y que llevaba tanto tiempo buscando, pero que también se puede convertir en algo altamente frustrante cuando no se logra.
Sin embargo, la agradable sensación de ir consiguiendo nuevos elementos para nuestra colección con el tiempo tiende a desaparecer, debido a que se convierte en algo rutinario. De ahí que aparezca esa imperiosa necesidad por conseguir algo cada vez más exclusivo y único.
Y es precisamente esto lo que saben desde hace mucho tiempo las empresas dedicadas a lanzar al mercado los famosos coleccionables –sobre todo a inicios del año, sabedores que son época en las que, por naturaleza, las personas nos marcamos nuevos propósitos y somos más vulnerables a ser convencidos.
Se calcula que el 75% de las colecciones se realizan individualmente y sin necesidad de que una empresa comercialice explícitamente con esos objetos, lo que convierte a esta afición en algo aún más excitante.
De esta forma, son muchos los casos de coleccionistas que han llegado a pagar auténticas fortunas por conseguir un ansiado objeto –ya sea un cuadro o algo exclusivo que pertenecía a una determinada persona-. En la historia incluso se han dado multitud de ocasiones en las que tras un robo se escondían los intereses de un coleccionista privado que deseaba poseer el objeto robado.
También cabe destacar según advierten algunos expertos en psicología, existen casos extremos de coleccionismo que pueden acabar convirtiéndose en peligrosas adicciones. Eso podría incluso ser parte de un trastorno obsesivo compulsivo, que llevado al límite puede provocar alguna psicopatología como el conocido síndrome de Diógenes: necesidad de acumular todo tipo de objetos, por inservibles que sean, de un modo irracional y desordenado. Y eso, al final, es todo lo contrario de un coleccionista tipo, que suele ser ordenado y cuidadoso con todo aquello que adquiere. Se sabe que a lo largo de la historia el ser humano ha guardado para sí toda clase de objetos. Saint Louis recolectó las reliquias de los santos y construyó templos para ellos.
Dicen que Napoleón coleccionaba países, un hábito que condujo al cliché del “complejo de Napoleón” que usamos para describir a un hombre que compensa los defectos físicos a través de actos de agresión.